miércoles 28 de mayo de 2008

El jardinero fiel (The constant gardner)


El jardinero fiel (The constant gardner)

Dirección: Fernando Meirelles
Guión: Jeffrey Cine, basado en la novela homónima de John Le Carré
Elenco: Ralph Fiennes, Rachel Weisz
País: Reino Unido
Año: 2005
Duración: 129 min.


Hace dos o tres décadas, el escritor de novelas de espionaje John Le Carré deleitaba al mundo con un conjunto de narraciones entre las que destacan El espía que surgió del frío, Una pequeña ciudad de Alemania y El topo. Todas ellas compartían un escenario histórico concreto: las hostilidades habidas entre el espionaje soviético y el británico durante la guerra fría. A la finalización de esta última, no pocos pensaron que Le Carré se había quedado sin tema para sus novelas; estaban equivocados, el prolífico autor siguió ubicando a sus personajes en el centro de conflictos históricos contemporáneos, ya sea los de Oriente Medio (La chica del tambor) o Centroamérica (El sastre de Panamá). Una de sus últimas novelas, ubicada en el Africa Negra, ha sido llevada a la pantalla, y el resultado de dicha adaptación es la película cuya reseña abordamos.

En Kenya, Tessa Quayle, una combativa activista, es asesinada en compañía de un médico local y todo parece apuntar hacia un crimen pasional. Miembros del Alto Comisionado Británico en la región están convencidos de que el viudo de Tessa, el apacible aficionado a la jardinería Justin Quayle, dejará el asunto en sus manos, pero no es así. Perseguido por los remordimientos y herido por los rumores de las supuestas infidelidades de su esposa, Justin decide limpiar el buen nombre de su mujer y "acabar lo que ella empezó". Para conseguirlo, debe aprender a marchas forzadas cómo funciona la industria farmacéutica -Tessa estaba a punto de descubrir un escándalo con medicamentos experimentados en la población local- y viajará por dos continentes en busca de la verdad.

Hay dos partes igualmente importantes en la película. La historia de amor y los elementos del thriller van de la mano, no existe una cosa sin la otra. Por un lado, escándalos corporativos, sus hechos delictivos y sus manipulaciones. Por otro, la relación amorosa ente Tessa y Justin, quien emprende un viaje no sólo para sacar a la luz las investigaciones que ella hacía; también va tras la pista de la relación que les unía. Redescubre y reconsidera la relación con su mujer.
La novela de John Le Carré toca el tema de la responsabilidad y los gigantescos beneficios de una de las industrias más grandes del mundo, la farmacéutica. “La Gran Farmacia, como se le conoce, tiene de todo: esperanzas y sueños; un vasto potencial para el bien, explotado en parte; y un lado muy oscuro en el que se mueven enormes cantidades de dinero, un secretismo patológico, corrupción y avaricia”, señala el propio escritor.

Cada vez más se cuestionan las prácticas comerciales de las trasnacionales farmaceúticas, cuyas ventas alcanzaron en 2002 la cifra de 430 billones de dólares. Para justificar los precios que imponen y su férrea defensa de las patentes, algunas compañías alegan que los costos de investigación son muy elevados y que deben someter sus productos a años de pruebas antes de sacarlos al mercado. Las organizaciones de consumidores replican que los productos se elaboran con base en resultados de investigaciones pagadas con fondos públicos. Se han alzado muchas voces dudando de la cifra de 800 millones de dólares que la industria dice necesitar para lanzar un nuevo medicamento al mercado. Las organizaciones de consumidores argumentan que ese dinero va al marketing, y que a eso se debe la avalancha publicitaria que lanzan sus departamentos de relaciones públicas. Las palabras mágicas que repiten sin cesar son “investigación, innovación”... Pero aunque la retórica suene bien, no tiene nada que ver con la realidad, dicen los activistas. La investigación y el desarrollo ocupan una porción relativamente pequeña de los presupuestos de las compañías farmacéuticas, en comparación con sus enormes gastos administrativos y publicitarios. “Los precios que cobran por los medicamentos tienen poco que ver con los costos de producción y podrían reducirse drásticamente sin poner en peligro los departamentos de investigación y desarrollo”, señaló la periodista Marcia Angell, en su libro de 2004, “La verdad acerca de las compañías farmacéuticas”.

Los activistas también acusan a la Gran Farmacia de ignorar medicamentos innovadores y dedicarse al desarrollo de productos derivados de otros que han resultado exitosos, concentrando sus esfuerzos en enfermedades del mundo occidental tales como la hipertensión, la calvicie o la impotencia geriátrica, e ignorando las enfermedades endémicas de un Tercer Mundo que no aporta beneficios. La población de estos países se ve diezmada por el sida, la tuberculosis o la malaria (esta última afecta aproximadamente a 500 millones de personas al año y se estima que mata a un niño cada 20 segundos). A pesar de que estas nuevas naciones soportan una tremenda carga endémica, sólo representan un porcentaje mínimo de los beneficios de la Gran Farmacia.

Cuando se agotan los argumentos, algunos portavoces de la industria farmacéutica recuerdan que no son filántropos y que se deben a sus accionistas. La pregunta es si la salud debe ser una cuestión de dinero o de justicia.

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