La tribu de las ciencias económicas suele
decir que al final, todo es política; o en otras palabras,
que la política siempre va influir en las decisiones económicas
y, por lo tanto, cualquier modelo económico está sujeto a
las distorsiones que el juego político introduzca en su desarrollo.
La tribu científica, en cambio, acepta que todo es energía
en el universo y que todo, en el mundo material, puede ser explicado en
términos de transferencia y transformación
de energía, además de que los seres humanos somos parte integral
de dicha transformación energética, espectadores y manipuladores
de su captura, transformación y utilización. La fuente esencial
de energía de que hablamos aquí, claro está, es la
del Sol, sin la cual
ningún proceso químico o energético se daría
en nuestra biosfera:
por lo tanto, dependemos absolutamente del Sol para subsistir.
La energía constituye un fenómeno
tan esencial que podríamos decir que el sistema económico
mundial gira alrededor de esta, y de manera irrestricta. No seria muy arriesgado,
inclusive, categorizar las actividades económicas que conocemos
en capturadoras, transformadoras, transmisoras o disipadoras de energía.
Por ejemplo, una planta hidroeléctrica
transforma energía potencial, a partir del ciclo del agua, en energía
eléctrica transmisora que se transforma en energía mecánica
y en parte se disipa como energía térmica durante la producción
de un artículo plástico que, a su vez captura energía
potencial procedente de los hidrocarburos en forma de fibras y objetos
de consumo, energía que proviene de la energía encapsulada
por millones de años en forma de biomasa fosilizada. De este modo,
la energía no se crea ni se destruye, se transforma, al punto de
que cabe señalar que la energía y la materia son dos caras
de la misma realidad.
En la cadena alimentaría, la energía
que se extrae del Sol se transforma en energía potencial orgánica,
como en el caso de las plantas, y esta se va transfiriendo de un organismo
a otro mediante el alimento, con una eficacia del 10%. En nuestro cuerpo,
convertimos nuestros alimentos energéticos en una molécula
transmisora de energía conocida como ATP,
la cual -por medio de la fosforolización oxidativa- se transforma
en energía celular.
Cada año llega a la superficie de la Tierra
una energía equivalente a 60 billones de petróleo, 15 mil
veces más que el actual consumo energético de la humanidad
en su conjunto. De esta cantidad, la mitad se absorbe y se convierte en
calor, el 30% se refracta hacia el espacio, una quinta parte sirve para
poner en marcha los ciclos
hidrológicos y solo una pequeña fracción (0,6%)
es utilizada por el mundo vegetal para el proceso de fotosíntesis.
Tomando esto en cuenta, podemos afirmar
que las crisis energéticas no existen; lo que sí existen
son las crisis de innovación, invención y voluntad para aprovechar
la gran cantidad de energía que nos llega del Sol de una manera
eficiente y en armonía con la naturaleza, acorde con el bienestar
de los seres humanos. El actual cambio climático y los altos precios
de los combustibles fósiles son factores que, hoy en día,
se nos presentan, entonces, como una estimulante oportunidad de cristalizar
las ansias de innovación e inventiva de la humanidad para lograr
una reconversión total de los sistemas energéticos.
Sistemas
renovables de transformación de energía como los hidráulicos,
eólicos, solares, gasificación de biomasa, nucleares y otros
más que serán nuestros futuros aliados a lo largo de este
proceso, articulados a redes interminables de transmisión eléctrica,
con el objetivo de construir una gran electranet mundial a favor del hombre
y el cosmos.
Es importante dentro de este menester que las
tribus científicas, políticas y económicas se pongan
de acuerdo para crear el ambiente necesario en el sistema socio económico
mundial con el fin de facilitar la diseminación y la aplicación
del conocimiento, libre por supuesto de todo entrabamiento burocrático
y de estructuras monopolistas que puedan distorsionar este nuevo modelo
económico basado en la energía como eje central del desarrollo.